Mens. 08: De hecho, somos hijos de Dios

Palabra ministrada por el Hermano Pedro Dong, transmitida por el Instituto Vida para Todos, directamente desde el auditorio de la Iglesia en São Paulo, el 02/09/2024. Texto no revisado por el autor.

Te animamos a ver el mensaje completo en el canal de Youtube del IVPT.

 

 

 

 

  1. El Señor nos ha bendecido grandemente. En medio de tantas luchas contra el imperio de las tinieblas y el reino de la mentira, estamos del lado de la verdad. ¡La verdad triunfará! Por mucho que la batalla sea muchas veces dolorosa, nos acompaña la unción, que nos da la presencia del Señor y nos hace trabajar en descanso.
  1. Esta tarde, durante la comunión de los cooperadores, propusimos climatizar el auditorio. Inicialmente el valor de este proyecto estaba fuera de nuestro alcance. En este momento, todas las máquinas situadas bajo la entreplanta están prácticamente listas para funcionar. Pero todavía es necesario climatizar toda la parte delantera del auditorio. Para ello, ya firmamos un contrato de compra de los equipos que llegarán en octubre, cuyo primer pago vence la próxima semana. ¡Gracias al Señor, las hermanas mantuvieron ayer una reunión, en la que recaudaron ofrendas cuyo valor ya superó el valor de la primera cuota! Y hoy, en la sala de cooperadores, se recaudaron todos los recursos necesarios para cubrir las cuotas restantes. En octubre llegará los equipos y a finales de año todo estará listo, de modo que, en enero, en la conferencia de jóvenes, ¡el auditorio ya esté climatizado!
  1. ¡Estamos como quien sueña! Cosas han sucedido entre nosotros de manera milagrosa, mostrando que la mano del Señor está con nosotros. Hoy no necesitamos el esfuerzo ni la habilidad humana, sino que trabajamos en el descanso. Yo jamás hubiera imaginado que, en tan solo una tarde, reuniríamos todos estos recursos, pero el Señor ha sobreabundado. El Espíritu está acelerando todo este proceso, tiene prisa por regresar. Sin embargo, para hacer esto, el Señor necesita que la iglesia responda rápidamente a esta necesidad, que no tarde en cooperar. ¡Necesitamos aprovechar este tiempo de acción sobrenatural del Espíritu para cooperar con Él! Usemos a nuestros adolescentes como tropas, a los jóvenes como capitanes, a los hermanos mayores como intendentes y todas las herramientas para multiplicar y consolidar el número de personas en las iglesias. Queremos duplicar el número de personas para julio del próximo año. ¡Necesitamos ser diligentes en la tarea que el Señor nos ha encomendado!

1Juan 3:1,16; 4:9; Juan 1:12

  1. Cuando Dios nos amó, Él tomó una actitud. Él nos ama no sólo de palabra, sino, de hecho. Por amarnos, Dios hizo una donación: su propio Hijo. Nuestro Dios nos creó para darnos Su vida eterna. Su deseo siempre ha sido dar su vida al hombre y, a través de él, ejercer su gobierno en la vida. Sin embargo, la caída del hombre frustró este plan, abriendo la puerta para que el pecado y la muerte entraran en toda la humanidad. Sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. ¡Gracias a Dios por su maravilloso plan de redención! Él entregó a su propio Hijo para morir en nuestro lugar.

Para tener vida eterna no necesitamos pagar penitencias. Dios nos ha simplificado el proceso; sólo necesitamos creer en Jesús para recibir la vida de Dios. En Su resurrección, Jesús entró en todo aquel que cree en Él y nos dio vida eterna, haciéndonos Sus hijos. No fuimos adoptados por Dios, sino engendrados por Él. Él no sólo nos dio a Su propio Hijo en la cruz para redimirnos y también engendrarnos como Sus hijos, sino que también nos Lo entregó para que vivamos por medio de Él. Recibimos al Hijo como Espíritu, como unción espiritual, y hoy podemos vivir por medio de Él.

Juan 1:10,12; 3:1,6; Efesios 1:13; Isaías 54; Romanos 8:18

  1. ¡Qué milagro! Todo comenzó cuando alguien nos predicó el evangelio y recibimos la palabra de verdad que vino a nosotros como evangelio de salvación. ¡Solo necesitamos creer! Así recibimos a Jesús, nos convertimos en hijos de Dios y el Espíritu de la promesa vino a estar en nosotros. Nacimos de Dios, poseemos su vida y naturaleza.
  1. Sin embargo, el mundo no nos conoce. Jesús vino a la tierra como un hombre común, sin belleza física. Por lo tanto, por la apariencia física no se podía identificar al Hijo de Dios. El mundo no lo conoció. De la misma manera, somos hijos de Dios, aunque no haya evidencia física de este hecho en nosotros. Pero tenemos la naturaleza de Dios dentro de nosotros, un ser espiritual y divino que está siendo gestado dentro de nosotros. Sin embargo, el viejo hombre no se ha liberado de la naturaleza del pecado, ésta aún no ha sido erradicada de nosotros. Pero el ser espiritual que se está gestando dentro de nosotros es totalmente divino, santo; ¡un día se manifestará y el mundo lo verá!

Juan 1:14; 17:5; Mateo 17:1-2,5; 2Pedro 1:16-18

  1. En mi anterior ignorancia, pensaba que al regreso de Cristo seríamos glorificados. Pero en este mensaje me doy cuenta que el ser divino gestado en nosotros ya tiene la gloria de Dios, y cuando se manifieste, ¡la gloria de Dios también se manifestará! En Juan 17 vemos que, aunque el Hijo de Dios estaba lleno de gloria, todavía no se había manifestado en la humanidad de Jesús. Después de Su muerte, Su humanidad aprobada por Dios sería glorificada. Dentro del hombre Jesús, sin ninguna belleza humana, ya había gloria. Sin embargo, sólo en Su transfiguración en el Monte los discípulos Santiago y Juan pudieron verla. En ese momento vieron al Señor en Su configuración real. ¡Un día, esta vida que se está gestando en nosotros también se manifestará en gloria!

Romanos 8:18-23; 1Corintios 13:9-10,12

  1. Hoy sufrimos ataques del enemigo en la lucha por el reino, pero un día comprenderemos que todos estos sufrimientos tienen como objetivo revelar la gloria de Dios en nosotros: “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujeta a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8:19- 21). Con la revelación de los hijos de Dios, seremos libres incluso de nuestros cuerpos terrenales. ¡Recibiremos cuerpos resucitados revestidos de gloria! Esta gloria nos dará libertad, nos librará del pecado y de la muerte. La creación espera con anhelo ardiente la manifestación de los hijos de Dios, es decir, la revelación del ser divino y espiritual que se está gestando en nosotros.
  1. Por mucho que disfrutemos de la palabra que el Señor nos ha dado, en el ámbito terrenal, este disfrute todavía es en parte. “mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará” (1 Corintios 13:10). Perfecto aquí se refiere al amor ágape de Dios. Nuestro destino es entrar en lo que es perfecto, la esfera del amor divino.
  1. En 1 Corintios 13:12 leemos: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”. (1 Corintios 13:12). Cuando Juan escribió sus epístolas no había espejos como los que tenemos hoy, que reflejan fielmente la imagen. Los espejos estaban hechos de metales pulidos, principalmente bronce, reflejando imágenes sin total claridad. Hoy, a través de la palabra profética hemos recibido mucha revelación del Señor y la Biblia se nos ha abierto. Sin embargo, esta revelación es todavía en parte, todavía la vemos como a través de un espejo. ¡Pero un día la vida divina que se está gestando en nosotros se manifestará! Hoy el mundo no nos conoce, pero cuando el Señor regrese y se manifieste en gloria, ¡esta vida también se manifestará en nosotros!

Santiago 1:23-24; 1 Juan 3:2; Éxodo 34:29-35

  1. ¡Nuestro Dios está lleno de gloria! Cuando tenemos comunión con Él, también somos llenos de esta gloria. Moisés habló cara a cara con el Señor, y la gloria divina resplandecía en su rostro cuando salía del tabernáculo de reunión para hablar con el pueblo. ¡Era la gloria de Dios que brillaba en Moisés! Sin embargo, esta gloria tenía un tiempo de duración, se desvanecía; entonces Moisés se cubría el rostro con un velo y corría de nuevo a la presencia del Señor. Al entrar al tabernáculo de reunión para hablar con el Señor, se quitaba nuevamente el velo para recibir más gloria. Pero era necesario ser rápido, ya que esta gloria se desvanecía rápidamente y era necesario repetir el proceso. Hoy ya no necesitamos pasar por eso.

2 Corintios 3:7-11,18

  1. El ministerio en el que estamos involucrados es el ministerio del Espíritu, donde la gloria es permanente. ¡Por eso es tan importante permanecer en la comunión de vida, porque así tendremos comunión con el Señor y recibiremos esta gloria permanente! Mientras permanecemos en Su presencia, la gloria ya no se desvanece como sucedía con Moisés, ¡sino que se acumula!
  1. En 2 Corintios 3:18 leemos: “Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu.” (2 Corintios 3:18 LBLA). Por eso vale la pena seguir viviendo así: sumergiéndonos en la palabra, practicando la inmersión refinada y profunda, dentro de la comunión de vida con el Padre y su Hijo Jesucristo. De la comunión con Él recibimos más gloria, la cual se acumulará hasta que se complete la gestación del hijo de Dios en nosotros, ¡y entonces se manifestará!

2 Corinrios 5:17; Gálatas 6:15; Efesios 4:22-24; Colosenses 3:10-11

  1. Nuestro cuerpo físico todavía carga la imagen del viejo hombre, ¡pero esta vida dentro de nosotros es una nueva criatura! Efesios 4:22-24 nos muestra que todavía cargamos el viejo hombre. Necesitamos deshacernos de él, despojarnos y revestirnos del nuevo hombre. En el nuevo hombre, creado según Dios en justicia y santidad, ya no hay naturaleza pecaminosa. Cuando creemos en Jesús, nacemos del Espíritu, recibimos la vida y naturaleza de Dios, revistiéndonos del nuevo hombre y Cristo se va constituyendo en nosotros hasta que Él sea todo en todos.
  1. Este nuevo hombre está siendo trabajado dentro de nosotros, estamos siendo llenados por Cristo hasta que Él sea todo en todos. ¡Cristo sea gestado en nosotros! Aunque a algunos no les guste el uso del término “embarazo”, el mismo apóstol Pablo lo usó: “hijos míos, por quienes sufro dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gálatas 4:19). Pablo trabajó para que Cristo fuera formado en nosotros. Al final de esta gestación, el mismo Cristo será engendrado en nosotros. Seremos parte de una entidad divina, orgánica, universal, hasta la plena filiación.

1Juan 2:29, 3:4,33; Romanos 5:2, 8:21; Efesios 1:18; Colosenses 1:27; Tito 2:13; Mateo 13:41

  1. La esperanza de tener a Cristo generado en nosotros al final de este proceso es lo que nos motiva a vivir según la palabra de Dios. ¡Nuestra esperanza de gloria está en que Cristo se está gestando en mí y en usted! En la segunda venida de Cristo, Su gloria será manifestada y, al mismo tiempo, Él también manifestará Su gloria en el Hijo de Dios gestado en nosotros, alcanzaremos la filiación.
  1. Si vivimos por la vida que hay en nosotros, practicaremos la justicia. La unción nos llevará a vivir una vida de justicia y santidad, y comenzaremos a manifestarla. Nuestra esperanza es que la vida crezca y se apodere de nuestro ser, con su justicia y santidad. A medida que este embarazo avanza, nos cambia, nuestra personalidad pasa a ser conformada por esta vida interior. Entonces comenzaremos a actuar de manera diferente, a medida que esta vida se apodere de nosotros, comenzando a tener más fuerza que nuestra vida natural, practicaremos la justicia.

Leemos: “Todo el que practica el pecado, practica también la infracción a la ley, pues el pecado es infracción a la ley” (1 Juan 3:4 LBLA). “Pecar” aquí significa vivir habitualmente en la práctica del pecado. “El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y cogerán de su reino todos los escándalos, y los que hacen iniquidad”. (Mt 13:41 RV 1909). Los que practican la iniquidad mencionada aquí son los que practican la anomia, los que no se rigen por la ley. Quien practica el pecado se convierte en una persona sin ley, no se deja gobernar por nadie.

Gálatas 3:23-24; Mateo 5:17; 1Juan 3:5-6; Juan 1:9,29; Romanos 5:12; 8:3; 2Corintios 5:21

  1. Para que el hombre no viviera sin gobierno, la ley fue dada al pueblo de Israel como tutela para guardarlos hasta que viniera Cristo. Con la llegada de Cristo, el hombre ya no necesita de la ley externa, sino de la ley del Espíritu de vida. ¡Gracias al Señor, esta unción espiritual ha sido colocada dentro de nosotros! Hoy, la manera de obedecer a Cristo y ser gobernados por Él es la circulación de la vida, por la cual ya no estamos sin ley, sino que somos gobernados por la palabra de vida.
  1. Ahora ya no tenemos la ley del Antiguo Testamento, sino la ley de Cristo, de la circulación y comunión de la vida. ¡Hoy, Cristo gobierna su iglesia! En la cruz, Dios condenó el pecado y, a través de la sangre de Cristo, puede perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia. En Cristo no hay pecado. Él tomó sólo la apariencia, la semejanza de la naturaleza pecaminosa, pero ni siquiera conoció el pecado. Sin embargo, Dios Lo hizo pecado por nosotros, para que se cumpliera Su justicia. El Señor necesita lidiar cabalmente con el problema del pecado, porque éste nos impide participar en la comunión de la vida.

20.No podemos quedarnos fuera de la comunión de vida, del disfrute de la palabra de vida que hemos recibido todos los días. Por tanto, no podemos vivir en la práctica del pecado. Si no hay comunión de vida, no hay edificación de la iglesia y no se hace la voluntad de Dios. Quien vive en la comunión de la vida, permanece en la circulación de la vida a través de la palabra, ya no vive pecando.

1Juan 3:7-10; Juan 1:11, 8:32-32, 42-45; Hebreos 2:14; Romanos 7:14-18; 1Pedro 1:22-23

  1. Practicar la justicia y el pecado no es sólo una cuestión de moral o ética, sino de procedencia, de Dios o del diablo. Es una cuestión genética: si vivimos en el viejo hombre, nuestra genética nos lleva a vivir en pecado; pero si vivimos en el Espíritu, viviremos en comunión de vida, en justicia y seremos libres del pecado. ¡Es a través de la palabra que permaneceremos en la procedencia correcta! Ella es quien nos liberará de la naturaleza del pecado.
  1. ¡El Señor destruyó las obras del diablo! ¡La ley del Espíritu y de la vida nos ha librado del pecado y de la muerte! Dentro de nosotros hay un nuevo ser divino siendo gestado, necesitamos vivir por esa vida y no por el viejo hombre. En esta vida nueva está la ley del Espíritu y de la vida que nos libera de la ley del pecado y de la muerte. Todo aquel que nace de Dios no vive en la práctica del pecado. En 1 Juan 3:9 b leemos: “… porque la simiente de Dios permanece en él”. La simiente divina ha encontrado suelo en nuestros corazones y este ser divino ahora está creciendo dentro de nosotros.
  1. Este ser engendrado por la simiente de la vida divina en la tierra de nuestro corazón no puede vivir en pecado, pues es nacido de Dios. Cuando vivimos por la vida, practicamos la justicia y, más aún: amamos a nuestros hermanos. Si no amamos a los hermanos, no estamos viviendo por lo que es nacido de Dios. Quien vive por la vida de Dios ama de corazón, ardientemente, pues fue regenerado por Su palabra. La divina simiente está gestando dentro de nosotros el ser divino. Cuando alcancemos la plena filiación, la gloria de los hijos de Dios será revelada. ¡Esta es nuestra esperanza

Deixe uma resposta

O seu endereço de e-mail não será publicado. Campos obrigatórios são marcados com *