- No es mediante la enseñanza de la moralidad que podemos liberarnos de las pasiones de este mundo, sino mediante la participación en la naturaleza divina. ¿Cómo participar de la naturaleza divina? Por la fe en la palabra, al sumergirnos en ella, inculcándola en nosotros, haciéndola circular en el Cuerpo de Cristo. Sin darnos cuenta, superamos las pasiones que existen en el mundo (2 Pedro 1:3-4; Deuteronomio 6:6-7; Efesios 5:18b-19).
- El diablo quiere ocupar nuestro corazón, y Dios necesita de él para que el reino crezca. Nuestro corazón es el centro de disputa. Una vez que estamos libres de la corrupción de las pasiones del mundo, nuestro corazón está listo para que el Señor crezca en nosotros (Proverbios 4:23; 1 Pedro 1:23; Lucas 8:11-12).
- Gracias a Dios nuestra fe es dinámica y lo que nos da esta energía es la palabra. La palabra no es estática, sino que opera, trabajada, cuando la inculcamos en nosotros por medio de los gritos de guerra, por tomar apuntes, la transcripción, el dormir con Dios, el despertar con Dios, la transcripción, la enseñanza mutua. ¡Vamos a llenarnos de la energía de la vida, y esta energía hará que la porción de tierra que recibimos produzca! (2 Pedro 1:5-8).
- En cuanto detectemos algún pecado, debemos confesarlo y limpiarnos, volviendo a la comunión. Confesar los pecados y no ocultarlos es la manera de mantener la comunión de vida. Al sumergirnos en la palabra, hablándola unos a otros y permitiendo que la palabra more en abundancia en nuestros corazones, cumpliremos la voluntad de Dios, que es edificar la Iglesia, propagar el evangelio del reino por toda la tierra habitada ¡y traer de vuelta a nuestro amado Señor Jesús! (Proverbios 28:13; Hebreos 9:14) (Alimento Diario, Libro 1, Semana 3, Domingo, pág. 56-57).
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