1.Cristo es la piedra aprobada y confiable para la edificación de Dios y está sólidamente establecida. El día de Pentecostés fue engendrada la Iglesia. Nosotros los que creemos somos sacerdotes y reyes para servir a Dios y reinar con Cristo. Somos una nación santa, un pueblo propiedad exclusiva de Dios. Ya no somos nuestros, fuimos comprados con el alto precio de la preciosa sangre de Cristo (Isaías 28:16; 1 Pedro 2:5-6).
2.Nuestro vivir debe expresar la vida santa de Dios. Estábamos atrapados, esclavizados en el imperio de las tinieblas. Pero Él nos ha liberó y nos ha transportado al Reino de Su Hijo amado. Antes éramos tinieblas, pero ahora somos luz en el Señor. Ahora somos pueblo de Dios y hemos alcanzado
misericordia (1 Pedro 1:15; 2:10; Colosenses 1:13; Efesios 5:8-13).
3.¡Un día nos alcanzó la misericordia! Dios nos dio la oportunidad de ser injertados en Cristo, el buen olivo, y hoy somos parte de la raíz santa de Dios. Por tanto, debemos desear ardientemente la leche genuina de la Palabra. ¡No desaprovechemos esta oportunidad, ni endurezcamos nuestro corazón!
Amemos la Palabra, la savia de la raíz santa, que nos hace crecer para la salvación de nuestra alma. Reinaremos y seremos sacerdotes de Dios y de Cristo por mil años.
4.¿Cuán intensa será la gloria en cada uno de nosotros? (…) ¿Qué definirá el esplendor de la gloria de cada uno? La forma en que vivió aquí en la tierra: si fue fiel o no a Dios, si hizo o no Su voluntad, cuánto dejó crecer la vida divina y que la verdad fuera trabajada en él (1 Corintios 15:35-41) (Alimento Diario, Libro 6, Semana 3, Domingo, p. 53)
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