- El crecimiento y la madurez en vida pasan, necesariamente, por los sufrimientos del tiempo presente para alcanzar la gloria que se revelará en nosotros, en la segunda venida de Cristo. Cuando alcancemos la plena filiación, la redención de nuestro cuerpo, éste será revestido de incorruptibilidad (Romanos 8:18; 1 Corintios 15:53-54).
- Cuando la iglesia complete la santificación en la verdad por la palabra, la gloria impartida a nosotros hará que seamos uno, como el Padre y el Hijo son uno. Estaremos plenamente insertados en Dios y su amor. El amor de Dios es el elemento que nos une con perfección. Así como el Padre y el Hijo son uno, también nosotros estamos siendo unidos unos a otros de manera inseparable. (Juan 17:17-26).
- Pedro era una piedra tosca: precipitado, impulsivo y actuaba según su fuerza natural. Él percibió que necesitaba ser transformado por medio de las pruebas. El Señor quiere hacernos puros como el oro refinado, que es de gran valor. Cuanto más pura sea nuestra fe, mayor será su valor. Los sufrimientos son necesarios para probar, purificar y elevar el valor y la pureza de nuestra fe (1 Pedro 1:5-7).
- “El Señor se propuso permitir que Pedro lo negara tres veces para dejar claro que el hombre natural no es digno de confianza (…). Fue una experiencia difícil para Pedro, pero gracias a Dios, el Señor no se rindió con él, como tampoco se rinde con nosotros” (Alimento Diario, Libro 6, Semana 1, Sábado, páginas 19/20).
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