- Nuestro destino es ser herederos de Dios y coherederos con Cristo. Seremos llevados a la gloria de Dios y recibiremos Su herencia. Esto sólo será posible si el ser divino en nosotros crece hasta la madurez. Esto es plena filiación. No sólo nuestro espíritu, sino también nuestra alma estará salva. Cuando el Señor regrese, transfigurará nuestro cuerpo en un cuerpo inmortal. Todo nuestro ser estará lleno de gloria (Romanos 8:17-18, 29-30; 1 Corintios 15:52).
- Cristo fue establecido Rey en el Monte Sión para heredar las naciones y reinar sobre ellas. Dios lo constituyó heredero de todas las cosas. Y los que alcancen la madurez serán herederos de Dios y coherederos con Cristo. Los vencedores reinarán con Cristo en el milenio, la manifestación del reino de los cielos (Salmos 2:6-9; Hebreos 1:2; Romanos 8:17; Apocalipsis 20:6).
- La salvación de nuestra alma es un proceso que dura toda la vida. Su objetivo es la transformación a través de la renovación de nuestra mente y la santificación en la verdad a través del lavamiento del agua por la palabra. Por la comunión de vida mediante la circulación de las enseñanzas de los apóstoles; hablando, enseñando y exhortándonos unos a otros, promovemos este proceso (Romanos 8:23; 12:2; Efesios 5:18-19, 26; Colosenses 3:16; Juan 17:17; Hechos 2:42; 1 Juan 1 : 3).
- Jesús, en la cena de Su última Pascua, predijo a sus discípulos que sería sacrificado como Cordero Pascual de ese año. (…) Jesús fue examinado por el sumo sacerdote y el gobernador romano, y no se encontró en Él defecto alguno, para que se cumplieran las Escrituras (Alimento Diario, Libro 6, Semana 1, viernes, página 17).
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