- Nuestro Señor Jesús fue encargado por Dios de la edificación de la iglesia. Por un lado, Él fue entronizado y está sentado en el cielo, a la diestra de Dios, sobre toda autoridad, poder y dominio. Por otro lado, Él todavía tiene una misión inconclusa: completar la edificación del Cuerpo de Cristo, la iglesia. Él ama la casa de Dios y está decidido a cumplir Su responsabilidad. Por eso, Él está con nosotros todos los días, cooperando y confirmando Su palabra; cuando predicamos el evangelio para que las personas sean introducidas en Su Cuerpo y edificadas con nosotros (Mateo 16:28, 28:18-20; Marcos 16:15-16, 19-20).
- El celo por la casa de Dios consumía a Jesús. El templo, la casa física de Dios, estaba contaminada por los negocios. En la historia de la iglesia hemos visto al hombre siempre preocupado por escalar posiciones, luchar por el poder, con ambición de adquirir estatus, privilegios, ganar popularidad y gloria para sí mismo. La iglesia es el Cuerpo de Cristo y debe estar encabezada por Cristo, pero los hombres se han apoderado de la casa de Dios de manera religiosa y la han convertido en una estructura para su propio beneficio (Juan 2:13-17).
- Dios quiere limpiar la iglesia, para que sea pura y luche sólo por la edificación del Cuerpo de Cristo y no por sus propios intereses. A partir de la visión de la iglesia que hemos obtenido, necesitamos tener una realidad del Cuerpo. Al inculcar la Palabra en nuestros corazones, seremos llenos de la realidad que es Cristo. Permitiendo que la Palabra impregne cada parte de nuestra alma: nuestra mente, emoción y voluntad con la realidad de Dios, Cristo será la Cabeza de la iglesia. Esta es nuestra lucha (Colosenses 3:16; Efesios 3:17-19; 1:9-10, 22- 23).
- “Nuestro corazón es la pieza central del plan de Dios. Necesitamos mantenerlo puro a fin de que Satanás no nos conquiste por la puerta del corazón. La iglesia en el período de Pérgamo no guardó su corazón, y Satanás entró y se instaló dentro de la iglesia, provocando una mezcla terriblemente negativa (…) Sin embargo, Dios siempre ha contado, en todas las edades, con un grupo que se mantuvo en la línea plateada de Su gracia, siendo fieles a Él”. (¡El que tiene oído, oiga! – Lecciones de Pérgamo y Tiatira, pág.8).