- El Señor nos ha llamado a Su reino y gloria. Fuimos predestinados para la gloria de Dios, que sólo es disfrutada por los más cercanos a Él. Todo el proceso para introducirnos a la gloria comienza con la palabra que sale de la boca de Dios (Juan 17:7-8; Salmos 25:14; 1 Tesalonicenses 2:12).
- La fuerza y autoridad del enviado de Dios reside en el origen de sus palabras. Si el enviado habla sus propias palabras, hace su propia obra y actúa por su propia voluntad, no tendrá el poder de Dios para realizar ninguna obra. Todo lo que resulta del esfuerzo humano no ejecuta la obra de Dios, pues ella proviene de Dios mismo (2 Corintios 3:5-6).
- La palabra que procede de la boca de Dios funciona en la predicación del evangelio y en nuestra vida diaria, en nuestras relaciones familiares, sociales y con nuestros hermanos en la Iglesia. Cuando usamos la palabra que procede de la boca de Dios, tenemos la autoridad de disfrutar del poder que hay en esa palabra (Mateo 4:4).
- “Necesitamos la palabra que sale de la boca de Dios para vivir. Y esta palabra, que es Cristo mismo, hace la obra de Dios” (Alimento Diario, Libro 6, semana 3, lunes, pág. 40).