1.La obra de Dios comienza por la palabra, porque Su intención es dar vida eterna al hombre. Esta vida estaba en Su Hijo, Jesucristo, quien vino a la tierra como un hombre, murió por nosotros, resucitó, se hizo el Espíritu de Verdad y hoy todo el que cree en Él, Lo recibe. Todo aquel que cree en la Palabra recibe al Hijo de Dios y tiene la vida eterna (Juan 3:16; 1 Juan 1:1-2).
2.Jesús, la palabra de vida, se hizo palpable; podía ser oída, vista y contemplada por los hombres. Ella no es abstracta, sino muy concreta. Hoy podemos oír la palabra, con los ojos de la fe podemos verla y, como los apóstoles, contemplarla y recibirla en nuestro interior. Esta palabra es la vida misma que se manifestó (1 Juan 1:1).
3.Los apóstoles anunciaron la palabra de vida y no sus propios hermosos mensajes. No se trata sólo de hablar palabras de la Biblia, sino que lo que hay que decir es la palabra de vida misma. Los apóstoles hablaban palabras de la revelación de Jesucristo. No eran palabras de su propio conocimiento bíblico, sino de la vida eterna misma (1 Juan 1:3).
4.La palabra de Dios nos trae Su vida, Su reino y también Su amor, en el cual vamos siendo edificados. Por eso, la inmersión en la palabra es una herramienta maravillosa que el Señor nos ha dado y ha revolucionado nuestra vida personal, la vida de la Iglesia y la predicación del evangelio, produciendo muchos frutos” (Alimento Diario, Libro 5, Semana 2, lunes, página 25).
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