Todo perfeccionamiento recibido por la inmersión en la palabra, predicación del evangelio y servicio en la iglesia es para la edificación del Cuerpo de Cristo y para que Cristo nos llene hasta Su plenitud. Envueltos de esta manera, ya no seremos como niños, sino que seremos estabilizados, maduros y claros de la dirección que el Señor nos ha dado (Efesios 4:11-16).
Andemos como sabios, aquellos que entienden la voluntad del Señor, que es encabezar todas las cosas a través de la iglesia. Él, en primer lugar, debe encabezarnos por medio de inculcar la palabra. Estamos llenos del Espíritu hablando la palabra entre nosotros, y todo el resto de nuestra vida será ajustada (Efesios 5:15- 19).
La palabra profética que Pablo hablaba fue su arma de lucha contra la desobediencia. Nuestra razón nos hace construir un castillo en nuestra mente, haciéndonos pensar que somos dueños de la verdad y haciéndonos desobedientes a Cristo. La palabra de Cristo tiene la fuerza para destruir esta fortaleza. ¡Permitamos que Dios derribe el castillo que nuestra lógica ha creado en nuestra mente! (2 Corintios 10:3-6)
“El problema del ser humano está en la carne de pecado y, para liberarnos, Dios envió a su Hijo; Él es la Palabra que se hizo carne. Jesús vino en semejanza de la carne de pecado, pero sin el elemento del pecado. Al ser crucificado, llevó la carne a la cruz, y Dios condenó el pecado en la carne”. (Alimento Diario, Libro 2, Semana 7, sábado, pág 121).