- Para que la obra de Dios acontezca, son necesarias dos cosas: Jesús necesita hablar y el hombre debe creer. El Señor habló y el oficial creyó enseguida en Su palabra, aún sin ver las señales y los milagros. No espere las señales, use su fe en la palabra profética. El segundo milagro en Caná fue registrado para dejar eso claro (Juan 4:46-54).
- ¡Cuánto poder hay en la palabra de Dios! La palabra transformó agua en vino y también curó al hijo del oficial del rey. Cuando predicamos el evangelio del reino en las calles, debemos percibir que la palabra que usamos es la que salió de la boca del Señor, no es una palabra en letras muertas, sino una palabra de vida que opera y cura a las personas (Juan 2:5; 4:50, 53).
- No fue la presencia física de Jesús que realizó la sanidad, sino la palabra que Él habló. Tenemos la presencia de Jesús en la Palabra. La palabra de Jesús nos da poder (Juan 4:46-54).
- “El deseo de Dios no es que tengamos apenas una unidad entre nosotros, los hijos de Dios, sino una unidad con el propio Dios. Dios quiere insertarnos por medio de Cristo, en la misma unidad que hay entre el Padre y el Hijo (Juan 17:22-23)” (El que tiene oído, oiga! – Lecciones de Pérgamo y Tiatira, página 46).