1. Los hijitos son aquellos que están en la fase inicial de la vida cristiana. Éstos necesitan conocer claramente el perdón de los pecados. A nosotros, nos basta con confesar nuestros pecados, y Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia. Sin embargo, para que Dios recibiese un pecador como nosotros, había que hacer mucho. Estábamos impedidos en tener acceso a Dios, que es vida, porque no cumplíamos con las exigencias de la santidad y la justicia de Dios. Por el perdón de los pecados, volvemos a tener acceso a Él. Cristo ya puso nuestra carne y nuestro viejo hombre en la cruz. A partir de esto, podemos andar en el espíritu, colocando nuestra mente en el espíritu por medio la palabra. Pecar no es sólo una cuestión moral, sino que su mayor perjuicio es ser cortado de la comunión de vida. Conocer el perdón de los pecados es importante para permanecer siempre en la comunión del Cuerpo y en la circulación de vida (1 Juan 1:9; Hebreos 4:15- 16; Romanos 7:14; 8:1-3, 6).
2. Los padres son aquellos que están en la última etapa de la vida cristiana, la madurez. Son ellos los que, de hecho, asumen la responsabilidad de apacentar las ovejas con la palabra, los que pastorean el rebaño de Dios. Tienen una vida crecida, que los impulsa a cuidar del rebaño por amor. Son referencia y modelo para otros en la Iglesia. Ellos dan estabilidad a la casa de Dios. Son confiables y sólidos por conocer a Aquel que existe desde el principio y no tiene mudanza ni sombra de variación. Son estables y tienen una vida madura, con las mismas características de Dios. No varían ni dudan. El Señor ha levantado padres en la Iglesia. Estamos extremadamente seguros con personas maduras así en el liderazgo de la Iglesia (1 Juan 2:13; 1 Pedro 5:2-5; Santiago 1:17).
3. Tenemos jóvenes para luchar contra el Maligno, que tiene al mundo como arma para pelear contra la voluntad de Dios. El sistema mundial domina la política, la economía, la religión y la cultura de todos los pueblos y naciones. Nosotros somos de Dios y el mundo yace bajo el Maligno. Dios nos justificó para darnos vida y reinar sobre nosotros y por medio de nosotros en vida. Dios está reinando en Su Iglesia por la circulación de la vida. La voluntad de Dios es desarraigarnos de este mundo. La primera Iglesia engendrada no tuvo influencia del mundo. Perseveraba en la enseñanza de los apóstoles, manteniendo la circulación de vida por la comunión en la palabra. No había jerarquía, y el dinero no los dominaba. Así la Iglesia crecía. ¡Es posible para nosotros vivir esta realidad hoy! ¡Vencemos al Maligno por la palabra! (1 Juan 2:14-17; 5:19; Efesios 6:12; Romanos 5:17-18; Mateo 20:25-28; Gálatas 1:4).
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