- ¡De hecho, somos hijos de Dios! No fuimos adoptados por Su caridad, sino que nacimos de Él y por Él fuimos engendrados. ¡Qué milagro! La palabra de verdad ha llegado a nosotros y la recibimos como el evangelio de nuestra salvación. Creemos en Jesús y nos tornamos hijos de Dios. El Espíritu Santo de la promesa, entonces, entró en nosotros, dándonos la vida y la naturaleza divinas. (Juan 1:12; 3:6-7; 1 Juan 3:1; 4:9; Efesios 1:13).
- ¡Tenemos un ser espiritual y divino dentro de nosotros en gestación! El viejo hombre no se liberó de la naturaleza del pecado, pero digo con 100% de certeza que este ser que está siendo engendrado dentro de nosotros no tiene pecado: es un ser divino y santo. Un día Él se manifestará al mundo, el cual entonces Lo verá y Lo conocerá. Este ser ya tiene la gloria de Dios, por eso, cuando se manifieste, ¡la gloria será manifestada! ¡Valore más lo que hay dentro de usted! (1 Juan 3:1; Romanos 8:16; Juan 1:14; 17:5, Mateo 17:1-5; Gálatas 4:19).
- Cristo en nosotros como esperanza de gloria es Él siendo gestado y formado en nuestro interior. Cuando termine esta gestación, ¡vendrá la gloria! En la segunda venida de Jesús, Él se manifestará como la gloria misma, pero, de nuestro interior, ¡la gloria también brillará como resultado de la formación del Hijo en nosotros! Gracias a Dios, tenemos el que es nacido de Él dentro de nosotros. (Efesios 1:17-18; Colosenses 1:27; Tito 2:13).
- Si vivimos por la vida divina, practicaremos la justicia, y la unción que proviene del Santo nos llevará a vivir en justicia y santidad. ¡Nuestra esperanza es que la vida de Dios crezca y se apodere de todo nuestro ser! (Tito 2:13; 1 Juan 2:27-29; 4:9).
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