INMERSIÓN DINÁMICA EN LA PALABRA PROFÉTICA Viernes | Mens. 11 – Somos de Dios y el mundo yace bajo el maligno

  1. Junto con la vida divina, recibimos la naturaleza y esencia de Dios, que es amor. ¡Dios es amor! Dios, primero, genera en nosotros el amor por Él, porque Él nos engendró. Si amamos a Dios, amamos Su voz de comando, Su palabra. Cada vez que creemos en la palabra de Dios con fe, ella entra en nosotros con poder de vida y nos hace amar a los hermanos. Al amar a Dios, cerramos los ojos ante los defectos de los hermanos. Por eso “el amor es ciego” (1 Juan 5:1-5; Juan 1:12-13; Efesios 1:19).

  1. El Espíritu, el agua y la sangre son el testimonio que Dios da en la tierra acerca de Su Hijo y son unánimes en un solo propósito. Cuando creemos en Jesús, recibimos la sangre para nuestra redención; el agua, que es el Espíritu, entró en nosotros para correr como ríos de agua viva. El Espíritu que recibimos siempre nos da vida y nos infunde la esencia de Dios, que es amor (1 Juan 5:6-12; Juan 19:34-36; 7:37-39; 14:16-17; 4: 14; 1 Corintios 15:45).

  1. Si yo vivo en la comunión de vida, el ser divino dentro de mí se fortalece, Dios y yo somos uno, y Él me usa para dar vida al hermano por quien estoy orando. ¡Esta es la circulación de vida! Por otro lado, si practico la rebelión contra Dios y contra la autoridad establecida por Él, esto es un pecado que lleva a muerte. Por lo tanto, estemos siempre alertas, bajo la luz del Señor, para ver cualquier señal de pecado e injusticia que pueda surgir en nosotros, y mantengamos puro nuestro corazón, sin ningún deseo de tener primacía en la Iglesia (1 Juan 5 :13-17; 1 Corintios 6:17; 10:5-12; Santiago 5:13-16; Romanos 16:27; 2 Tesalonicenses 3:14; Números 12:1- 11; 16:26-33).

  1. Aunque la atmósfera espiritual es muy densa a nuestro alrededor, no debemos tener miedo del diablo, porque el maligno no toca la parte que nace de Dios en nuestro espíritu regenerado. Tengamos confianza en que venceremos todas las batallas y traeremos de regreso al Señor. Por eso, permanezcamos siempre humildes, sencillos y puros en la comunión de vida, para realizar la voluntad de Dios en la Iglesia (1 Juan 5:18-21).

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