1.El apóstol Pedro nos muestra la importancia de la palabra de Dios, pues ella produce la fe en nosotros al oír la palabra de Cristo. A medida que permitimos que la fe objetiva sea proyectada en nuestro corazón, esa fe se convierte en nuestra fe subjetiva (Romanos 10:17).
2. A medida que oímos la palabra de Dios, obtenemos más la naturaleza y la esencia divina. Es decir, todo lo que es de Dios irá poco a poco transfiriéndose a nuestra fe subjetiva, la cual recibimos inicialmente al creer (2 Pedro 1:3-4).
3. Cuando desarrollamos nuestra fe con la virtud, el dominio propio, la perseverancia, la piedad, la fraternidad y el amor ágape, que es el amor de Dios, nos volvemos activos y fructíferos en el pleno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Y así, cada vez más, confirmaremos nuestra elección y lo que escogimos, sin tropezar en ningún momento en nuestro camino cristiano. De esta manera, la entrada al reino eterno será ampliamente suplida (2 Pedro 1:5-11).
4. Al morir y resucitar, Cristo llegó a ser el Espíritu de verdad, el otro Consolador, el Paracleto, que vive hoy en nuestro espíritu. Su función es ungirnos cada vez que obedecemos la palabra del Señor y seguimos Su dirección (1 Juan 2:27) (Alimento Diario, Libro 3, lunes, pág. 41).
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