1.La morada de Dios está en el espíritu humano humilde y contrito. Este lugar está en proceso de edificación, pues está formado por aquellos que tienen un amor reverente por la palabra de Dios. Esta no es una obra hecha por manos humanas, que piensan que saben de muchas cosas (Isaías 66:1-2 LBLA; Hechos 7:45-50).
2.Al final del discurso de Esteban, hubo furia por parte de los judíos que lo escucharon, hasta el punto de apedrearlo y matarlo, a causa de su profecía en medio de ellos (Hechos 7:54-60). Después de la muerte de Esteban, todos los discípulos de Jesús fueron esparcidos por las regiones de Judea y Samaria (Hechos 8:1), saliendo y predicando el evangelio con poder. Con este trasfondo, es posible comprender cómo los primeros discípulos, los dispersos, tuvieron experiencias maravillosas al comienzo de la Iglesia en Jerusalén, en las que todos amaban y valoraban la palabra profética.
3.En el día de Pentecostés (Hechos 2:1-5), los judíos fueron recibidos por el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, mientras que el día en que Pedro fue a la casa de Cornelio, los gentiles fueron recibidos de la misma manera y dentro del mismo cuerpo. También nosotros fuimos recibidos junto con los gentiles.
4.Si nuestra historia con los hermanos proviene de nuestra historia con Cristo, nuestra relación con ellos también tendrá la misma base, el mismo fundamento de amor. No es solo una historia individual, sino colectiva, ya que nos necesitamos unos a los otros para entender “cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (Efesios 3:18-19) (Alimento diario, Libro 4, semana 2, miércoles, p. 26).
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