1.No podemos ser gobernados por leyes religiosas. ¡Fuimos liberados por Cristo para vivir libres en el Espíritu! Démosle libertad al Señor para que nos guíe a través de Su palabra. El Espíritu es como el viento que sopla, usted no se sabe de dónde Él viene ni a dónde va. ¡Así es todo aquel que nace del Espíritu! Debemos darle libertad a Dios para que actúe entre nosotros, sin ninguna resistencia (Juan 3:8).
2.Debemos adorar a Dios en espíritu y en verdad, no de una manera convencional, según la religión o la tradición. Todo lo que hagamos para Dios, en nuestra vida y en nuestro servicio, debe hacerse de manera genuina (Juan 4:23).
3.Necesitamos purificar nuestro corazón. Es necesario cantar, alabar y servir con genuinidad, es decir, la fuente debe ser el Espíritu. ¡Queremos amar a Dios y servirle genuinamente! En otras palabras, nunca caigamos en lo convencional, ya sean reglas religiosas, hábitos, tradición, porque el hombre cae fácilmente en estos rudimentos. Sirvamos siempre en novedad de espíritu, para que el Espíritu de Dios tenga libertad para edificarnos (Romanos 7:6).
4.“En Jerusalén, los primeros hermanos salvos vivían en la esfera correcta, la celestial. Llevaban una vida normal de Iglesia, perseverando en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones (Hechos 2:42)” (Alimento diario, Libro 7, Semana 2, martes, pág. 24).