- Como líderes, debemos ser sensibles a la obra que el Espíritu está haciendo en las vidas de nuestros hermanos. En el pasado quizás algún hermano era paralítico y no avanzó hacia las cosas de Dios; otro era como un ciego de nacimiento: creía que veía, pero no veía nada; y estaba aquel que estaba muerto en delitos y pecados. Pero la palabra de Dios llegó a todos. Ahora es el momento de desatar sus ataduras e involucrarlos en la edificación de la iglesia. (Juan. 11:44; Efesios. 2:10)
- A lo largo de la historia de la iglesia, vemos a quienes lamentablemente buscaron mantener los privilegios de su posición, a medida que se acostumbraban a una estructura de poder y a tener un lugar de honor. Estos terminaron trabajando para su propio interés. ¡Esta es una advertencia para nosotros! Necesitamos tener un corazón puro en la obra de Dios. No estamos aquí para satisfacer nuestros propios intereses ni buscar fama y gloria, sino para realizar la voluntad de Dios. (Juan. 11:47-48)
- Uno de los doce discípulos era ladrón. Tenía una fachada de espiritualidad y demostró una aparente preocupación por los pobres al juzgar que la actitud de María de derramar el perfume del bálsamo sobre Jesús era un desperdicio. Incluso pudo influir en otros discípulos para que pensaran así. Sin embargo, servir al Señor nunca ha sido ni será un desperdicio. Judas se fue, pero quedaron once discípulos, positivos, sencillos, obedientes y fieles al Señor, con quienes Él puede contar en Su obra hasta el final. Si estás aquí, eres uno de los que se quedaron. ¡Esto debería ser motivo de gran alegría! (Juan. 12:1-6; Mateo. 26:8; Marcos. 14:3-5)
- El Señor encontró en Betania una esfera maravillosa, llena de gozo y amor. Si en la vida de la iglesia todos aman al Señor con sencillez, estamos en un lugar que exhala el perfume del amor y de la consagración al Señor. Todos son hermosos porque son felices. El Señor lo trajo a esta esfera. ¿Estas feliz? Así que aprovecha cada oportunidad y ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, porque Él es nuestro único Señor. (Juan. 12:1-6; Deuteronomio. 6:3-5)